Volvió. Es él. Es su cuerpo, su cara, su pelo, su ropa. Es su voz, su mirada. Es todo él. Volvió. Después de 2 meses desde que se fue. Después de 2 meses, 17 días, 5 horas y 34 minutos desde la última vez que lo vi. Desde la última vez que me abrazó como si nunca más iba a volver a hacerlo y me besó la frente, como a él tanto le gustaba y a mí tanto me atormentaba. Me frené antes de que me viera, antes de que nuestros ojos se encontraran. Estuve dos meses esperando este momento. Dos meses entre llantos y recuerdos, idealizando la imagen perfecta del reencuentro. Pero ahí estaba el problema, había idealizado tanto este momento que la realidad me cayó como un balde de agua fría. Todo mi cuerpo se tensó, de pronto el aire de mis pulmones no era suficiente, y todos los discursos perfectos que había armado en mi cabeza para este momento me abandonaron sin previo aviso. Dejándome vacía por dentro, dejándome solo con un nudo en la garganta y una incertidumbre que golpeaba mis ojos amenazando con dejar pasar todas las gotas que me habían acompañado estos meses. Mi corazón comenzó a correr, pero al parecer también lo hicieron mis pies. Se ve que a pesar de idealizar durante tanto este momento, mi cuerpo decidió acobardarse y no enfrentar el fantasma que tenía enfrente. “Que me vea él”, pensé. “Que sea él el que se acerca a saludarme”. Entre el tumulto de la gente de la fiesta, en un pasillo entre la barra y la pista de baile, estaba hablando con un amigo, con un vaso en la mano y la arrogancia que siempre cargaba. Capaz si me hacía la distraída y pasaba rápido con la cabeza mirando al piso no llegaba a verme. Pero eso no era lo que quería. Yo sí quería verlo. Quería verlo, abrazarlo y besarlo. Solo que no quería que él sepa que yo quería todas esas cosas, que seguía queriendo todas esas cosas a pesar de que él me había dejado. Pero acá estaba, con la cabeza pidiéndome a gritos que su cuerpo toque el mío, que sus ojos me encuentren y su voz invada mis oídos. ¿Qué me va a decir? ¿Cómo me va a saludar? ¿Me va a decir ‘mi amor’ como me llamaba cuando empezamos todo esto? ¿O simplemente va a usar mi nombre como señal de que ya no somos nada? Si no me dice ‘mi amor’ me muero, si usa mi nombre mi cuerpo se va a congelar para siempre y voy a sentir que nunca más voy a poder recuperarlo. Mientras trato de no indagar más a fondo en la aterradora posibilidad de que me llame por mi propio nombre y no por ningún otro apodo cariñoso de los que tanto usa, decido pasar por al lado, casi rozando su brazo, y justifico mi cercanía por la cantidad de gente de la fiesta y no por una reacción casi vital para sobrevivir de mi cuerpo. Cuando empezaba a darme por vencida y a ahogarme en la decepción de su ignorancia, siento un leve tirón de uno de mis rulos que me llama la atención. Me doy vuelta. Mis ojos chocan con los suyos. Mi corazón se frena y una sonrisa empieza a aparecer en mis labios. La suya ya adornaba su cara desde el momento en que me di vuelta, acompañada con un par de ojos contentos, no del todo abiertos por causa del alcohol que seguro había tomado y algo sorprendidos por verme después de estos dos meses. Él extiende sus brazos y a continuación pronuncia las palabras que amenazan por derretirme por completo.
—Hola mi amor— me dice, como si nada hubiese pasado, como si el tiempo entre nosotros hubiese sido solo producto de mi imaginación —tanto tiempo.
—Holis, ¿cómo estás?—le digo al oído cuando ya estoy siendo envuelta por sus brazos a la altura de mi cuello y los míos rodean el centro de su espalda. —¿Cómo te fue en tu viaje?—le pregunto, matando mi único intento por aparentar que no estuve pendiente de él todo este tiempo. No te muestres tan desesperada Lo.
—Increíble, ¿vos cómo estás?
—Todo muy bien la verdad —miento. Todo para nada bien la verdad. Estoy al borde del llanto, verte me mueve todo el piso y saber que no puede pasar nada entre los dos por decisión tuya me invita a quedarme en un pozo oscuro del que no quiero salir. Pero no puedo decirle eso. No puedo mostrar como estoy de verdad, por eso le miento.
Me quedo sin palabras, sin saber qué hacer con mis brazos después de deshacer el abrazo. Él también parece perdido, y mira entre su amigo y yo como si estuviese descifrando dónde quedarse. Quedate conmigo, pienso, pero no se lo digo.
—Bueno, que lindo verte —le empiezo a decir a modo de despedida, por lo menos satisfecha con que no haya usado mi nombre para saludarme. Un poco decepcionada con que no haya cortado su conversación con su amigo para quedarse conmigo.
—¿Te parece si después la seguimos? —le dice a su amigo al mismo tiempo que yo le hablo a él, mientras apunta su cuerpo hacia el mío, pero sus ojos todavía no acompañan la misma dirección.
—¿Vamos afuera? —me pregunta ahora sí con toda su atención puesta en mí, después de haberse despedido del chico que lo acompañaba.
—Dale —le contesto tratando de parecer lo más tranquila posible, disimulando que mi corazón empezó a cabalgar en un caballo de carreras que no sabía ni que existía.
El género cambia, pero el ruido sigue una vez afuera. Y mis palpitaciones van a tono con el beat de la música electrónica que suena. Nos sentamos en una escalera, él un escalón más arriba que yo. A una altura perfecta para que me de un beso en la frente mientras yo apoyo la cabeza en sus piernas. Pero mantengo mi distancia, para que no lo haga. Para que no me dé ese beso en la frente que tanto me puede. Porque sé que si lo hace, no hay vuelta atrás.
—Contame cómo estás, la última vez que te vi no estabas muy bien —me pregunta, como si necesitase volver a vivir ese día en el que me arrastré pidiéndole que no me deje.
—Mejor no pensemos en la última vez que me viste, no fue mi mejor momento. Estoy bien ahora, ya pasó.
Los siguientes minutos los paso haciéndole preguntas que en realidad no me interesan, escuchando respuestas que me agonizan. Lo cierto es que, no me interesa saber cómo le fue en su viaje de dos meses, saber cómo recorrió Nueva York y Boston con sus amigos y pasó tiempo con su familia en Los Ángeles. No solo no me interesa, sino que no me hace bien. Me lastima saber que mientras él sigue viviendo su vida como si nada, yo me siento encadenada en el mismo lugar en el que estaba la última vez que lo vi, que ni siquiera fue la última vez que me besó. Como si el reloj que frena el tiempo solo apuntó su aguja hacia mí y me condenó a ver la vida de él pasar, mientras la mía permanecía congelada por no compartirla con la suya. Como si todo este tiempo hubiese estado sentada en un banco esperando a que abra la puerta, sabiendo muy bien que la llave que tenía en mi mano no coincidía con la cerradura y era él el único capaz de acortar nuestra distancia.
—Que bien, se te nota muy bien. Me pone muy contenta que estés bien —le digo después de escucharlo por un rato, aunque muy poco convencida.
—¿Si? Mira vos, pensé que me odiabas.
—No te odio
—¿Pero me odiaste?
—Puede ser. Pero solo al principio, ahora ya se me pasó.
—¿Por qué me odiaste? Sabes que nunca te quise lastimar. Te lo dije mil veces, me importas.
—Ya sé que nunca quisiste lastimarme, pero eso no quiere decir que no lo hayas hecho. Pero de vuelta, ya está, ya pasó, no te odio ahora.
—Pero no entiendo, no hice nada malo, siempre me porté bien y siempre te dije la verdad.
—Yo tampoco hice nada malo.
—¿Y entonces? ¿Por qué me odias?
—No te odio, ya te lo dije. ¿Y hace falta que te diga que hiciste mal para mí? Ya lo hablamos.
—Hablemoslo de vuelta porque para mi yo hice todo bien, ya te dije. Vos fuiste la que se confundió cuando habíamos planteado otra cosa.
—No hiciste todo bien. Ya sé que fui yo la que se confundió, la que se enganchó cuando dijimos que estaba prohibido engancharnos, que era solo sexo. Pero eso no significa que vos no fueras responsable también —le digo ya con lágrimas en los ojos, mirando a sus piernas y evitando sus ojos.
—Mirame.
Niego con la cabeza, la primera gota escapa de mi ojo derecho. El alcohol no ayuda a controlar mis emociones.
—Mirame —repite, mientras pone una mano en mi mentón y me levanta la cabeza hasta que mis ojos chocan con los suyos.
—Ya está, dejémoslo acá. Vos vas a seguir pensando que no hiciste nada malo, que toda la culpa es mía. Tranquilo, ya me castigo lo suficiente por los dos —y en el momento en que digo esas últimas palabras ya puedo ver sus intenciones, ya veo como se ablanda.
—No hagas eso. No es todo tu culpa, sabíamos desde el principio que no iba funcionar.
—Sí, pero la que cayó fui yo. Vos saliste bien.
—Porque yo soy un capo —dice haciéndose el canchero para romper la tensión, al mismo tiempo que empieza a acercarse hacia mí y antes de que pueda frenarlo, me abraza.
Lo único que espero es que no lo haga. Que no me bese la frente. Que no me bese la frente sabiendo que es solo eso, un simple beso en la frente, pero sin la promesa de amarme y cuidarme para siempre. Pero eso es justamente lo que hace. Mientras sigo entre sus brazos, apoya sus labios en mi frente y se queda ahí unos segundos. Hasta que logro romper el hechizo, antes de que me destruya más de lo que ya lo hizo, y me separo. Lo miro. Niego con la cabeza.
—Besitos en la frente no —le digo.
Él sonríe y me mira con una pregunta que no logra escapar su boca, “¿por qué no?”. Vuelve a abrazarme mientras yo sigo negando con la cabeza y esta vez también repitiendo que no con la voz. Pero en medio del abrazo, cometo el grave error de verlo desde abajo mientras una de sus manos esconde uno de mis rulos por atrás de mi oreja. Y me besa. No me besa en la frente. No me besa con esa falsa promesa de amarme para toda la vida. Me besa en los labios. Me besa de verdad, como me gusta decirle a mí. Al fin. Al fin sus labios chocan con los míos después de 2 meses, 17 días, 5 horas y 34 minutos. Todo mi cuerpo se derrite. Al principio es un beso lento, tímido. Un beso corto que acompaña su beso en la frente. Frenamos un segundo para mirarnos y todos los pensamientos incorrectos corren por nuestros ojos. Después de lo que parece una eternidad, vuelve a besarme. Al fin. Esta vez desesperado, rápido, con lengua, con mi mano agarrando el pelo de su nuca y su mano en mi cuello. Todo mi cuerpo se electrifica. Mis labios ya saben qué hacer, como si besarlo fuese el recorrido que hago todos los días para volver a mi casa. Sus manos son expertas, como si mi cuerpo fuese un rompecabezas que se sabe de memoria. Su boca deja la mía y pasa a mi cuello, después a mi oído, donde se queda un rato más largo porque sabe que es mi debilidad.
—Al fin —me susurra.
Lo ignoro porque sé que no es verdad, porque se que solo lo dice por este momento. Corro mi cara y llevo mis labios a su oído, porque yo también sé que esa es su debilidad. Paso mi lengua lentamente.
—Al fin —le digo despacio.
Nuestros labios vuelven a chocarse y él muerde mi labio inferior lentamente, robándome cualquier tipo de sentido. Al fin, vuelvo a pensar para mí misma.
Hasta el próximo beso,
Lo del Mar
Me encantaa❤️🩹