¿A quién le toca probar?
Recomendación: para el momento que arranquen a leer, en un volumen bajito, pongan play a la canción "Tears From my Eyes" de Detroit Blues Band. La palabra canción arriba del texto los lleva a Spotify.
Hago bailar el vino de mi copa que sujeto con la yema de mis dedos desde el tallo. Mis ojos coquetean entre el líquido violeta que contiene y la espalda del hombre que tengo enfrente, que tensa sus músculos al levantar la olla que reposa en la hornalla para pasarla a la pileta de la cocina. Siento las mejillas acaloradas y un leve mareo mientras trato de no caerme de la banqueta de madera en la que me siento, detrás de una barra que separa la cocina del living del departamento.
—En serio, dejame lavar a mí, vos ya hiciste toda la comida —sigue con lo suyo y tomo su silencio como respuesta a mi tercera oferta por ayudarlo. Es la octava vez que nos vemos. Es la primera que me cocina después de haber probado distintos bares y restaurantes en nuestras citas anteriores. Pero no es la primera vez que estoy en su casa, ni la primera que seguramente termine durmiendo enredada entre su cuerpo y sus sábanas.
Cuando termina, agarra una pequeña olla de uno de los cajones y la pone en el fuego. Luego, estira su brazo hasta la alacena y saca una barra de chocolate amargo. Rompe el envoltorio y con las manos corta pedazos de chocolate y los va tirando en la olla para que se derritan. Se mueve unos pasos hacia la derecha y abre la puerta de la heladera. Saca leche y un bol con frutillas. Pone las frutillas en la mesada al lado de la hornalla y tira un chorrito de leche en la olla con el chocolate. Lo miro ensimismada, y como mi conciencia nunca está limpia, mis labios me traicionan y empiezan a curvarse hacia arriba. Todas las citas fueron divertidas, pero creo que esta es mi favorita. Me encanta que me pase a buscar, me lleve a un bar a tomar un vino o unos tragos y que me saque charla en su auto hasta que no aguante las ganas de invitarme a su casa. Pero creo que verlo cocinar y preocuparse por que mi copa de vino esté siempre llena, mientras yo solo permanezco sentada admirándolo y escuchando la playlist de jazz que suena desde que llegué, termina por cumplir mis fantasías.
—Asumo que la sonrisa es porque te gusta el postre. Las frutillas con chocolate digo —me dice mientras gira su cuerpo para mi lado y se apoya en la mesada de la cocina al mismo tiempo que deja de revolver el contenido de la olla para agarrar su copa y llevársela a los labios. Toma sin sacarme esos ojos que me recuerdan a las avellanas y las hojas del otoño de encima y una sonrisa se le escapa por el borde de la copa. Seguramente porque sabe que me agarró desprevenida, perdida en mis pensamientos infestados por novelas de amor y noches de pasión que solo viví a través de hojas de papel. Si mis mejillas estaban acaloradas antes, creo que ahora necesitan un matafuego.
—Me encanta —le digo mientras me levanto del taburete y paso por el costado de la barra para acercarme hasta dónde está él —¿ya puedo probar? —le pregunto poniéndome en puntas de pie para alcanzar a ver el interior de la olla.
—Que ansiosa, pero si lo probás ahora te vas a quemar —me dice al ver que mis manos se acercan al chocolate. Al ver que no dejo de mirar la olla, se da vuelta para enfrentar la mesada mientras suelta una risa y agarra una frutilla del bol y la baña en el chocolate derretido.
—A ver, abrí la boca —me pide sosteniendo la frutilla a la altura de mis labios. Ante su comentario, mis párpados abandonan el contorno de mis ojos y mis cejas se disparan hasta donde mi frente se junta con mi pelo. —Pero que malpensada… ¿no querías probar? —me pregunta casi en un susurro, con ojos traviesos y una sonrisa que no se le borra desde que me vio extraviada en mis intenciones unos minutos atrás. Considero que evitar todos los comentarios indecentes que corren por mi cabeza es la mejor opción y opto por actuar antes de que mis palabras me traicionen y expongan mi locura. Me inclino hacia su mano con la boca abierta y sin romper nuestro contacto visual muerdo la punta de la frutilla que está bañada con chocolate. Por un momento, veo que se le infla el pecho, pero no suelta el aire y se tensa como si no fuese solo eso lo que estuviese intentando contener.
Mantengo mis ojos en los suyos mientras me enderezo, pero en ese mismo instante rompo el hechizo y llevo mis ojos hacia su mano que sostiene el tallo verde de la frutilla entre su pulgar y su dedo índice. Veo que su dedo del medio está manchado de chocolate y casi sin pensarlo, vuelvo a inclinarme hacia él para limpiar los restos con mi lengua y la parte interna de mi labio inferior.
Ese pequeño acto desata su locura. Tira el resto de la frutilla sin darle importancia a dónde caiga y lleva ambas manos a mi cuello y choca sus labios con los míos. Me besa como si hubiese estado esperando hacerlo desde que me abrió la puerta cuando llegué a su casa para cenar. Me prueba como si quisiese comprobar el sabor del chocolate.
—Ahora me toca a mí —me dice casi sin separar su boca de la mía mientras comienza a dar pasos hacia adelante y mi cuerpo termina acorralado entre la barra que separa la cocina y su cuerpo. Sus manos dejan mi cuello y viajan hacia mi cintura. Me levanta casi sin esfuerzo y me sienta en la barra. Por un momento, su boca me abandona y se da la vuelta para agarrar la olla con chocolate derretido y la cuchara de madera que usó para mezclarlo. —Quieta —me ordena. No me resisto. Las palabras me abandonaron desde que decidí limpiar su dedo con mis labios y mis latidos tomaron carrera sin antes haber comprobado que los frenos funcionasen. Lleva un poco de chocolate a mi muslo desnudo y antes de que pueda quejarme por el calor, lo prueba con su lengua y deja mi pierna limpia. Hace lo mismo un poco más arriba. Después deja a un lado la olla para desocupar sus manos y llevarlas al borde de mi short. Apoyo mis manos en la mesa para levantarme levemente y en un segundo me deja desnuda de las caderas para abajo. Mis sandalias ya descansaban en el piso desde que me subió a la barra. Se endereza y vuelve a besarme, pero solo por un segundo. Al otro instante, me pide con su mano en mi pecho que me recueste. Lleva el chocolate a la parte interna de mi muslo y vuelve a probarlo. El calor de mis mejillas se esparce por todo mi cuerpo y mi respiración se vuelve entrecortada. Mi espalda se quiebra para darle un mejor acceso. Lleva más chocolate a mi cuerpo. Vuelve a probarlo. Largo un suspiro. Lo escucho reírse entre tintes marrones y las huellas que deja con sus labios. Pone un poco de chocolate justo donde sabe que puede desarmarme y pasa su lengua lentamente.
Me levanto para poder mirarlo. Paso mis dedos por su pelo y lo traigo hacia la altura de mi cara. Lo beso y puedo sentir en sus labios la mezcla del dulce y el salado.
—Qué bueno que tu piel combine tan bien con el chocolate, porque vamos a divertirnos un rato —me dice con esa misma sonrisa de antes y para terminar de robarme la cordura, me guiña un ojo antes de arrodillarse y volver a probarme junto con el chocolate.
Hasta el próximo beso,
Lo
Naaaaaa impresionante que manera de saber escribir 🤩
AH TE AMO sos muy talentosa no se si sabias